viernes, 18 de marzo de 2011

Edipo

Siempre había pensado que era hijo de Pólibo y Mérope, hasta que en un banquete un compañero le dijo que no.
Ofendido, interrogó a su padre y a su madre, que se indignaron con tal calumnia. Pese a todo, Edipo no paraba de pensarlo, por lo que decició ir al oráculo de Delfos. Apolo no respondió a su prengunta, sino que le anunció otros males terribles: que mataría a su padre y se casaría con su madre.
Lleno de espanto, decidió huir a Corinto y se estableció en un lugar donde nunca pudiera ver cumplido lo que el oráculo le dijo. Después llegó a Tebas, sobre la que había caído una enorme calamidad: hacía meses que su rey, Layo, se había ausentado para ir a Delfos y nadie volvió a saber nada de él.
Coincidiendo con su desaparición, un terribles monstruo alado con cuerpo de león y rostro de doncella se estableció en el camino junto a una roca situada a poca distancia de la ciudad. Desde allí, propuso un enigma a todos aquellos que entraran o salieran de Tebas, y si no sabían la respuesta, la Esfinge se arrojaba sobre ellos y los asfixiaba. Ningún ciudadano era capaz de resolver el enigma. En poco tiempo, las casas de toda la ciudad se llenaron de sollozos y gritos de dolor, sin que pudieran encontrar consuelo a tal desgracia.
Entoncés le tocó el turno a Edipo. La Esfinge le acercó su bello rostro de doncella y, mientras agitaba las alas y preparaba sus garras ávidas de carne, con lúgubre voz dijo: "Hay sobre la tierra un ser bípedo y cuadrúpedo, con una sola voz que es también trípode. Es el único que cambia de natural de cuantos vivientes habitan en la tierra, por el aire y bajo el mar. Pero cuando camina
 apoyándose en más pies, es cuando el vigor de sus miembros resulta más débil". Su gritó de desesperación se oyó en toda la ciudad cuando Edipo dijo: "Es el hombre". Y llena de rabia, se precipitó desde la cima para no volver más.

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