jueves, 17 de marzo de 2011

Una lluvio de oro

Acrisio, rey de Argos, estaba muy preocupado porque no tenía un hijo varón, por lo que consultó al oráculo de Delfos. Pero Apolo le dijo que de su hija nacería un hijo que lo mataría. Acrisio, lleno de temor, intentó que la profecía no se cumplera: para ello, en una cámara subterránea de bronce encerró a Dánae, su única hija y a su nodriza para que la atendiera. Allí trancurrian lentos los días, sin que Dánae pudiera entender la crueldad de su padre.
Pero una mañana despertó trastornada a la nodriza por el sueño que había tenido. Le contó que había visto caer del techo de la cámara una lluvia de oro sobre su vientre, que la llenó de sensaciones que nunca antes había sentido, al tiempo que oía una extraña voz que le decía que era Zeus. La nodriza la tranquilizó y no dió más importancia al suceso hasta que, al cabo de unos meses, empezó a notar en el cuerpo de Dánae signos de un embarazo. Ninguna salía de su asombro y solo podían pensar que el sueño se había hecho realidad.
El paro fue fácil y nació un niño precioso. La mayor preocupación de ambas era que Acrisio no se enterara de lo sucedido. Pero un día que el niño lloraba, su abuelo, que paseaba cerca de donde estaban encerrados, lo oyó: este fue el comienzo de los males que sucedieron, pues Acrisio, sin creer en absoluto a su hija sobre el origen divino del niño, ordenó construir un arca donde encerró a Dánae y a su nieto, arrojándola posteriormente al mar. En cuanto a la nodriza, Acrisio la consideró cómplice y decretó su muerte.

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