sábado, 5 de marzo de 2011

Orfeo y Eurídice

Orfeo el tracio -al que la musa Calíope, unida a Eagro, parió en la cima de un monte- encantaba a los duros peñascos, a las aguas de los ríos y a las encinas con las melodías de su voz y de su lira.  Era tal su arte que algunos sospechaban que no era hijo de Eagro, sino del mismísimo Apolo. Vivía solo entre sus bosques, hasta que conoció a la ninfa Eurídice; entonces, su lamento de amor cobró tal fuerza y belleza, que a las fieras hubiera seducido. Y Eurídice le correspondió.
Celebraron la boda en los montes de Tracia, entre pastores y ninfas, aunque dicen que el chisporroteo de las antorchas nupciales fue un mal augurio. En efecto, la recién casada Eurídice, acompañada de un numeroso grupo de náyades, murió por la mordedura de una serpiente en el tobillo. Algunos dicen que fue porque se internó en el bosque huyendo de Aristeo, un pastor que, enamorado de ella, pretendía violarla.
Su esposo le lloró mucho, conmoviendo a todos los habitantes tracios. Para no dejar de intentarlo todo, se atrevió a descender al Hades por la boca de la caverna de Ténaro y, pasando entre multitudes de espectros que no habían recibido sepultura, llegó hasta las orillas de la Estigia. Con la única persuasión de su canto, logró que el viejo Caronte le cruzara a la otra orilla, a pesar de que estaba vivo, y sin entregarle nada a cambio. Con la fuerza de su música amansó al can Cerbero, que, olvidando los fieros ladridos de sus triples fauces, no opuso ninguna resistencia y lo dejó pasar.
Tras atravesar las puertas de bronce del Hades, recorrió sin vacilar los sombríos senderos de la inacabable pradera de los asfódelos, rodeado de sombras sin conciencia, y con valor dejó atrás a las temibles Parcas hilanderas. Así se presentó en el palacio subterráneo de Perséfone  y del dios Hades, soberano que gobierna el repulsivo reino de las sombras. Ante sus negros tronos, entonó con su lira una melodía nunca oída en aquel reino de muerte, acompañada de las más dulces y lastimeras palabras que un poeta haya podido nunca pronunciar.
Pulsó así Orfeo las cuerdas de su lira y entonó este canto: "Oh divinidades del mundo subterráneo de la muerte, al que venimos a caer todos los humanos. Si me permitís decir la verdad, no he descendido aquí para ver el oscuro Tártaro, ni para encadenar las tres gargantas de monstruoso Cerbero, como algunos héroes. El motivo de mi viaje es mi esposa, en la que una víbora introdujo su veneno y le arrebató su jóven vida. Yo quise ser capaz de soportarlo y lo intenté, pero el Amor ha vencido. Es el Amor un dios bien conocido en las regiones de arriba, pero no sé si también lo es aquí. Sospecho que lo conocéis también , pues si es cierta la historia de tu antiguo rapto, Proserpina, también a vosotros, reyes del Hades, os unió el Amor. Por estos lugares llenos de espanto, yo os lo suplico, ordenad que las Parcas vuelvan a tejer el hilo de la vida de Eurídice. Todos los seres llegamos a vosotros,  más tarde o más temprano: esta es nuestra última morada y vosotros poseéis, sin duda, los más extensos territorios habitados por la raza humana. También Eurídice será vuestra cuando haya cumplido los años de vida que merece. Solo os pido su desfrute temporal, como un obsequio. Y si me negáis esta concesión para mi esposa, he tomado la decisión de no volver al mundo: gozad entonces con la muerte de los dos" .
Mientras cantaba y hacía vibrar las cuerdas de su lira, todas las almas sin sangre lloraban por él: Tántalo no intentó alcanzar los frutos que se le escapaban, quedó paralizada la rueda de Ixión, las Danaides dejaron su eterno transporte de agua, y Sísifo se sentó en su peñasco para escucharlo. Se dice que entonces, por primera vez, se humedecieron de lágrimas las mejillas de las Erinnias, subyugadas por el canto. Cuando Orfeo concluyó su melodiosa súplica, ni Perséfone, ni el temible dios Hade, que gobierna los abismos, fueron capaces de decir que no a aque poeta suplicante, y ordenaron que se trajera a Eurídice.

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